El 27 de diciembre de 2024, los astrónomos del sistema ATLAS en Chile realizaron un descubrimiento inquietante: un nuevo asteroide, ahora conocido como 2024 YR4, acababa de pasar relativamente cerca de la Tierra, a una distancia de 828 mil kilómetros, poco más del doble de la distancia que nos separa de la Luna.
Sorprendentemente, el objeto había sido detectado solo dos días después de su máxima aproximación. Este retraso inicial en su detección encendió las alarmas en la comunidad científica, ya que el asteroide mide entre 53 y 67 metros de diámetro, una masa comparable a la de un edificio de 15 pisos y lo suficientemente grande como para causar daños significativos si impactara en la Tierra.
En las primeras semanas tras su hallazgo, los cálculos preliminares estimaban una probabilidad superior al 3 % de impacto con nuestro planeta para el año 2032, lo que llevó a que el objeto fuera clasificado en el nivel 3 de la escala de Turín. Esta escala se utiliza para medir el riesgo de impacto de objetos cercanos a la Tierra, y solo había sido alcanzado un nivel tan alto anteriormente por el famoso asteroide Apofis en 2004. El nerviosismo creció rápidamente. Sin embargo, a medida que se recolectaron más datos y se perfeccionaron los modelos orbitales, la amenaza a la Tierra fue reduciéndose.
Ya en febrero de 2025, tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea (ESA) habían disminuido drásticamente las probabilidades de impacto terrestre. La NASA las estimaba en un 0,004 %, mientras que la ESA las colocaba en apenas 0,001 %. Para abril, el asteroide fue reclasificado en el nivel 0 de la escala de Turín, descartando cualquier riesgo relevante de colisión con la Tierra. Pero la historia no terminó ahí.
Con la amenaza a nuestro planeta prácticamente descartada, los astrónomos pusieron su atención en un nuevo escenario: la Luna. De forma inesperada, los modelos orbitales comenzaron a mostrar un aumento en la probabilidad de que el asteroide 2024 YR4 impactara en la superficie lunar hacia diciembre de 2032. Las proyecciones actuales sugieren una posibilidad del 4,3 % de que esto ocurra, lo que ha abierto una fascinante ventana para la ciencia planetaria. Un impacto de este tipo en la Luna no representa peligro para los seres humanos, pero podría generar un nuevo cráter visible desde la Tierra e incluso liberar escombros al espacio cercano, con posibles riesgos para satélites y estaciones orbitales.
Un elemento clave en la refinación de las predicciones fue el telescopio espacial James Webb. En marzo de 2025, este observatorio infrarrojo realizó mediciones precisas del tamaño y la trayectoria de 2024 YR4. Gracias a estas observaciones, se logró reducir en un 20 % la incertidumbre sobre su órbita, ajustando tanto su tamaño estimado como su masa. Este uso del telescopio Webb demuestra su utilidad no solo para explorar el universo lejano, sino también para la defensa planetaria y el estudio de cuerpos celestes en nuestro vecindario solar.
El caso de 2024 YR4 es un ejemplo didáctico y oportuno de cómo funciona la red internacional de seguimiento de asteroides. Organismos como el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (CNEOS) de la NASA y la Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN) colaboran con telescopios terrestres y espaciales en todo el mundo para monitorear objetos potencialmente peligrosos. Cuantos más datos se obtienen, más precisos se vuelven los cálculos y menor es la incertidumbre. El sistema ha demostrado ser eficaz, aunque también ha revelado la necesidad de una vigilancia constante y de nuevas tecnologías que permitan detectar asteroides más pequeños y rápidos con mayor antelación.
Mirando hacia el futuro, uno de los momentos más importantes será el nuevo acercamiento del asteroide en diciembre de 2028, cuando pasará a unos 7,9 millones de kilómetros de la Tierra. Este sobrevuelo permitirá nuevas observaciones y una mejor comprensión de su trayectoria antes del decisivo diciembre de 2032. Aunque el riesgo de impacto sigue siendo bajo, la comunidad científica no lo pierde de vista.
El caso del asteroide 2024 YR4 ha sido una lección práctica sobre cómo la humanidad puede enfrentar, con ciencia y colaboración, una amenaza potencial desde el espacio. Lejos de caer en alarmismos, este episodio muestra que estamos más preparados que nunca para anticipar lo desconocido. La Luna, testigo silenciosa de tantas historias, podría convertirse en el escenario de una colisión cósmica sin precedentes en tiempos modernos, y la ciencia estará lista para observarla.